Le encantaban las flores. Cada día al volver a casa arrancaba unas pocas y las ponía en agua en su mesita de noche. Duraban apenas par de días. Asi que cada día volvía a coger flores. Y otra vez volvían a morirse. Tardó en descubrir que la forma de amar a las flores era dejarlas ser y contemplarlas allí dónde vivían. Y desde entonces ya no arranca flores y se acerca a verlas a la vereda. Descubrió, por fin, que desde el amor no hay espacio para la posesión.
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