Un segundo

No sabía porqué, pero lo hizo. El caso es que ya no podía dar marcha atrás.

Fue un segundo de ira, lo suficiente para tirar una relación por la borda y acabar con su mano estrellada en la cara de la mujer a la que amaba.

Lloró más que ella, se disculpó, rogó, sabiendo que no serviría de nada.

Ella nunca se lo perdonaría, y, precisamente, por eso la quería. Por su fuerza, por su independencia, por esa luz interna que iluminaba todo lo que tocaba, como un rey midas de la energía positiva. Le había rescatado tantas veces de sí mismo… pero está vez el vaso había rebosado, encharcándolo todo.

Tiró su conciencia al cesto de la ropa sucia mientras recogía sus últimas cosas de la casa.
-Ella nunca me perdonará- mascullaba para sí.Y de pronto le entró pánico
-¿Y si me perdona? …Yo nunca me lo perdonaré.-