Réquiem por La China

La China tenía 19 años, 3 hijos y una cazuela con agua caliente. Manuel se marchó, borracho, tras el último embarazo y una paliza, por puta, que dolió más por dentro que por fuera.
La China no era china, ni era puta ni era casi nada. A la China la preñó su primo tras violarla, con 14 años, y la echaron de casa, por puta. Y así conoció a Manuel, en la puta calle.
Que Manuel la pegara un poco menos que su padre y que fuera un poco menos borracho también, le hizo quererle mucho. Ahora Manuel se había marchado dejando tres críos muertos de hambre y uno que venía seguramente muerto de hambre también.
A la China la venían llamando puta desde los 14, así que de tanto a oírlo, cuando nació el cuarto crío, y viendo que tenía las tetas bien secas, se metió a puta. Le fue bien a la China, que era guapa, flaca y joven, e irónicamente dejaron de llamarla puta. Los críos dejaron de ser muertos de hambre, y después del quinto, la China se ligó las trompas. Y ahora en lugar de palizas los hombres le daban dinero y el aliento a vino solo tenía que soportarlo en el trabajo.
Manuel volvió a casa y La China no estaba, y preguntó en el pueblo y le dijeron que vivía en el Club, y allá que fue a sacarla de los pelos. Pero la China ya no le quería, ni por miedo ni por lástima, así que sacó las uñas y ya no volvió Manuel más al club sino como cliente, no de la China si no de otras pobres maltratadas por la vida.
La China cuando llegó a vieja era la más vieja de las de su edad pero seguía sonriendo. Y de los cinco hijos solo uno le salió borracho y solo una le salió puta, y los cinco adoraban a la China, así que era una vieja muy vieja pero muy feliz.
El día del entierro la Iglesia estaba llena de putas y borrachos que no cesaban de llorar y decían que la China seguro estaba en el cielo porque nunca hizo daño a nadie, que era la puta más digna que había habido nunca en el Club, y que era guapa hasta de vieja. La China desde el cielo sonreía enseñando los pocos dientes que le quedaban.